ESPACIOS EDUCATIVOS

ESPACIOS EDUCATIVOS



La arquitectura para la educación, el tema principal de esta edición, atañe a un género que nos concierne de múltiples maneras: desde la importancia que debiéramos dispensarle como encargados de proveer los locales en que puede impartirse, hasta el grado de compromiso que asignemos a nuestra tarea profesional en el ámbito de mayor importancia para el desarrollo integral de nuestro país. Absurdamente, los medios de comunicación proclaman insistentemente los logros alcanzados las últimas décadas por el Perú en materia de desarrollo económico: el incremento de nuestra productividad, la reducción de nuestras tasas de pobreza, las cifras de nuestras inversiones privadas y públicas en infraestructura, y el desarrollo agropecuario y minero, entre otros muchos referentes que se nos presentan como pruebas fehacientes de que nuestro país finalmente empieza a otear los frutos de la prosperidad. Ocasionalmente, este entusiasmo se ve empañado por comentarios periodísticos o de otras procedencias en los que se señala que el factor decisivo para ponerle proa al futuro crecimiento es el de la educación, no sólo en cuanto a la importancia de dotarla de niveles de competitividad acordes con la extraordinaria evolución que ha protagonizado globalmente el último siglo, sino también por la equidad con que ese impulso re-generativo ha operado.A ningún peruano con un mínimo de conocimientos respecto a la verdadera situación de nuestro país se le escapa que esta condición educativa no sólo no la hemos alcanzado. Debiera estar más bien consciente de que sigue pospuesto su reconocimiento como el factor fundamental para orientarnos hacia el efectivo desarrollo. Como en toda actividad social, la educación no constituye un rubro que pueda encararse unidimensionalmente. Para, efectivamente, propender a expandir los beneficios de su propagación y de su discernimiento equitativo hace falta abordar cuestiones laborales, económicas, logísticas, políticas, pedagógicas, tecnológicas y, por cierto, también arquitectónicas, paisajistas y urbanas, entre un cúmulo aun más amplio de variables que sólo operarán eficazmente si se logra hacerlas funcionar en forma equilibrada y sincrónica. Ninguna de las que he mencionado, menos aun las que he omitido, sin ser atendidas ni aisladamente ni en conjunto. Desde la desafortunada baja calidad de nuestros docentes, la muchas veces ínfima categoría de nuestras instalaciones escolares, la inmoralidad con la que el Estado pavonea su indiferencia respecto a la mediocridad educativa -particularmente cuando se trata de los sectores escolares y universitarios librados a una actividad privada que sólo busca el lucro- el compendio de nuestro compromiso con el convencimiento de que el factor educativo es el de mayor importancia parta alcanzar la prosperidad y el progreso se muestra lamentablemente encarnado en la concomitante mediocridad arquitectónica y urbana de la enorme mayoría de los locales escolares y universitarios. Indiscutiblemente, la calidad profesional del maestro y de los estudiantes que intenten labrar la formación conjunta de nuestros futuros ciudadanos se verá indudablemente influida por la de los edificios en los que habitan durante sus largas horas de estudio. Lograr esa categoría no constituye un asunto vinculado principalmente al costo constructivo o al de sus instalaciones. Como en todos los demás casos en los que la arquitectura coexiste con la armonía social, depende sobre todo de la estricta calidad arquitectónica y de su pertinencia urbana o paisajista.Evidentemente, no es este un problema que les inquiete a quienes hoy dirigen, desde el Estado o la actividad privada, los destinos de un ingrediente tan esencial para nuestro ansiado desarrollo.

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